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El despacho de Moreno, el santuario que la feligresía empresarial ya no respeta
Ya no es el mismo. Como si, de tanto anticipar últimamente su partida, él mismo hubiera empezado a creerlo. Guillermo Moreno, secretario de Comercio Interior, estaba ayer de malhumor. "Me agarran en un mal día", se disculpó en la intimidad de sus oficinas, abarrotadas de un cotillón que, como en el fin de una fiesta, viene perdiendo la capacidad de sorprender.
Hay que contrastar el colorido de ese despacho, definido por algunos visitantes como especie de altar de un Gauchito Gil peronista, con el fervor de una feligresía empresarial que ya no le rinde culto, aunque mantenga la compostura. Créase o no: le han perdido el respeto.
Para peor, algunas cuestiones administrativas se han descalabrado. Ayer, por teléfono, Moreno insistía en requerimientos que probablemente nunca se cumplan. "Quiero saber cuántos Baade me vas a comprar", le dijo a un empresario, cuya respuesta difícilmente cambie las cosas: el blanqueo de capitales, que incluye los bonos Cedin y Baade como instrumentos fundamentales, no llega ni al 3% de lo que él imaginó. Sirve ubicarse en un encuentro que parece ya lejanísimo, desarrollado el 26 de junio con hombres de negocios, días después de lanzada la medida, cuando el secretario les mostraba a todos el primer Cedin. "Les pedí a los chicos del Central que me hicieran uno, les salió bastante bien", presentó.
Eran momentos en que fantaseaba ante dirigentes de la Unión Industrial Argentina (UIA) con una afluencia de entre 4000 y 6000 millones de dólares al blanqueo. Más no, se envalentonaba, porque existía el riesgo de contraer "la enfermedad holandesa": la que tienen aquellos países que, como consecuencia de la preponderancia de un producto commodity que les reporta un significativo ingreso de dólares, ven apreciarse sus monedas y sufren problemas de competitividad. Pero la recaudación por el Cedin no llega aún a 80 millones de dólares.
Vírgenes, varias caricaturas del propio dueño de casa enmarcadas en la pared, alguna camiseta de Racing y merchandising anti-Clarín o anti-Sergio Massa siguen vistiendo esas instalaciones que, días atrás, con un pedido fuera de lugar, alguien profanó. Porque ninguno de los "operadores" de Moreno, funcionarios que tienen prohibido dar el nombre y que atienden en el piso 4 del edificio, puede extralimitarse de ninguna forma en el trato con importadores o exportadores.
Pero algo falló. Hubo inteligencia interna, algún sondeo externo y, por unos días, ese acceso al 4° piso estuvo vedado. Había que dirigirse entonces sólo al 2° y tratar con el propio Moreno. Ayer, sin explicaciones, el antiguo recinto fue rehabilitado y la fila de ejecutivos volvió a lo de siempre: presentar documentación, destinar horas de su vida laboral, rogar que se les aprueben importaciones ante interlocutores que se presentan sólo mencionando un número o, como máximo, nombre de pila. "Señorita -se exasperó una vez el dueño de una pyme-. ¿Y si yo quisiera invitarla a salir? ¿Debería preguntar por la operadora 17?"
Es probable que, dentro de unos años, de puro paternalistas, algunos hombres de negocios se sientan huérfanos de ese reducto donde se decidía absolutamente todo sobre la economía y los negocios. Eso cree Moreno. "Me van a extrañar. Yo les hinché las pelotas, pero a ustedes no les fue tan mal conmigo", dijo hace dos meses, el mismo día en que pronosticaba el retiro de todo su equipo de colaboradores: "¡Esta banda se va!". Por eso desconcertó un poco hace dos fines de semana en el Mercado Central, cuando comentó que Beatriz Paglieri, su álter ego femenino, podría reemplazarlo.
Sólo un periodista de Télam tuvo en estos meses acceso periódico a ese despacho, donde acompañan el canto gregoriano y la ausencia total de calefacción o aire acondicionado. Al principio incomodó y estuvo cerca de ser amablemente retirado por personal de seguridad, pero fue aceptado. Es quien manda los despachos de los viernes, después de las reuniones de La Escuelita. Pero Moreno se sabe en realidad cronista de sí mismo. "Es probable que los llamen periodistas -les advirtió el miércoles a 25 ejecutivos metalúrgicos-. Que cada uno se sienta libre, pero contesten con sentido patriótico."
Es difícil que se vaya. Pero, a los efectos del poder, la cuestión parece irrelevante. Un establishment que por primera vez en diez años se atreve a hacer críticas públicas empieza a contestarle de un modo sutil: con indiferencia. Extraño para quien hace un mes y medio se jactaba de haber sido el único funcionario que controlaba el mercado de cambios. "¿Cómo lo hice? ¡Llamé a los 7 fantásticos!", se jactó, en referencia a los principales dueños de cuevas. Habló entonces de una supuesta operadora, "la señora Pulenta, que usufructúa lo que el marido le dejó", y que habría trabajado en la avenida Corrientes, entre Florida y San Martín, hasta que recibió sus visitas. "Le mandamos los muchachos -contó Moreno-. No los míos, porque los míos, sabés cómo actúan...; no, le mandamos los de al lado [señaló a la AFIP] y la corrieron, y ahora la vieja dice que no tiene nada que ver."
Pero son victorias pequeñas. El advenimiento del "blue del blue", cotización que se ríe de esos controles y que ayer cerró a 9,22 pesos, lejos de los 6,50 que pretendió en algún momento el secretario, volvió desde entonces a señalarle los límites. Los mercados son traicioneros. Si ese famoso altar de la Virgen de Luján que preside su despacho es genuino, será testigo de una dimensión religiosa que no excluye a funcionarios: el reino de los creyentes no es de este mundo.
Foto: Lanacion.com.ar
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