Gacetillas
El desafío de articular la visión técnica con la empresarial
El especialista inició la presentación remarcando la debacle triguera de los últimos años, que derivó en que el promedio de 5,34 millones de hectáreas que ocupó el cultivo entre 1960 y 2006 cayera a 3,3 millones de hectáreas cuando se considera el período actual, de 1960 a 2015. Miralles mostró que las restricciones impuestas a las exportaciones de trigo derivaron en que entre 2006 y 2014 la tasa de reducción del área cosechada fuese del orden de 280 mil hectáreas por año. “La consecuencia económica fue que se perdieron 10 mil millones de dólares en 8 años de intervención”.
El aumento del área destinada a la cebada y otros cultivos invernales no compensó la merma triguera, mientras que los verdeos de invierno sólo mejoraron parcialmente el déficit de cobertura. Las consecuencias agronómicas se manifestaron en balances de carbono negativos, mayor degradación de los suelos, aparición de malezas problema y reducción de los rendimientos de soja por efecto del monocultivo.
Para comenzar a enmarcar la próxima campaña, Miralles destacó que los perfiles están muy recargados de agua y que las proyecciones climáticas pronostican que desde agosto en adelante se presentará el efecto Niña, marcando una primavera con menores precipitaciones.
Articulación
Una de las mayores demandas actuales pasa por articular la visión técnica con la empresarial. Ese fue el foco de las conferencias de Jorge González Montaner y de Gustavo Duarte.
“La tecnología hoy pasó a ser un factor clave –lanzó González Montaner- y tenemos que volver a repasar el manual de trigo. Pero antes quiero hacer un reconocimiento y agradecer a los semilleros que siguieron trabajando mientras el trigo no dejaba nada, lo mismo que a las universidades, al INTA y a todos los que siguieron en la época mala. Esto muestra que hubo gente que pensó en algo más que el negocio, y eso se llama proyecto”.
Al entrar de lleno en el tema, el reconocido especialista señaló que “La Argentina podría producir alrededor de 6 a 6,5 millones de hectáreas de trigo, que junto con el maíz son sinónimos de más carbono, más cobertura, menos compactación de suelos, menor erosión y reducción de la degradación química”.
“También enfrentamos una situación muy compleja con el agua –explicó-, y no hay nada mejor para solucionar este problema que la evapotranspiración, por lo tanto tenemos que trabajar con los cultivos de invierno para ayudar a bajar esas napas. Por lo tanto, no hay dudas que el cultivo de trigo tiene una muy alta incidencia sobre el balance de agua. El maíz es muy bueno pero trabaja en verano, por lo tanto los cultivos de invierno tienen una papel protagónico”.
También consideró positivo el regreso del trigo a las rotaciones para contrarrestar las dificultades que enfrentan los cultivos de soja por efecto de malezas problema que son arrastradas desde el invierno.
González Montaner ponderó los beneficios de los tratamientos de semillas “que permiten plus de rendimientos del 10% o superiores”.
Con respecto a la nutrición de los cultivos de trigo, González Montaner y Duarte coincidieron en la conveniencia de dividir las dosis de nitrógeno y en la necesidad de asegurar los niveles de azufre y fósforo.
Duarte planteó que frente al aumento de la superficie destinada a trigo es válido plantear en cada caso qué tipo de trigo se realiza respecto de rendimiento y calidad. Mientras remarcó que aún existe incertidumbre en el pago de los plus por calidad. El técnico dijo que los ambientes de menos de 5 toneladas de rinde se pueden destinar a los trigos de Grupo 1 de calidad, mientas que los que la siembra de los Grupos 2 y 3 se aconsejan para las situaciones con mayores potenciales de rendimiento.
Al referirse a la aplicación de fungicidas, que es uno de los aspectos clave en el cultivo de trigo, señaló incrementos promedio del orden de los 500 kilos por hectárea, pero remarcó la importancia del momento de aplicación y la variabilidad que existe en la susceptibilidad de los cultivares.
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